Por El Contendor
Cuando algún “afortunado” posee cualquier tipo de bienes materiales, por ejemplo vehículos,
mercaderías, cosechas, casas, joyas, etc. que corren cierto riesgo de pérdida
debido a acontecimientos fortuitos, el propietario de tales bienes recurre a
contratar un seguro en una compañía acreditada y solvente a los efectos de que
ésta pueda resarcirlo en el caso de pérdida o destrucción de alguno de los
bienes asegurados.
A nadie que sea propietario, aunque más no sea, de una modesta
bicicleta, dejará de preocuparle la posibilidad de que en algún momento sea
despojado de tal bien; y si fuera víctima de un robo, procurará recuperarlo o
bien adquirir un reemplazo.
Para eso están las compañías de seguros.
Si usted pierde alguno de los bienes asegurados, la compañía le garantiza que en un cierto tiempo usted volverá a
disfrutar de lo perdido mediante el resarcimiento que le otorgará la compañía
aseguradora.
Esta breve introducción al mundo del seguro, me permitirá hacer una
analogía de situaciones aplicadas a las cosas materiales respecto de las
espirituales.
A los
creyentes nos fue dicho en
Colosenses
3:1- 4 Si, pues, habéis resucitado con
Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de
Dios.
Col 3:2 Poned la mira en las cosas de arriba, no en
las de la tierra.
Y el mismo Señor Jesucristo motiva la reflexión
de sus discípulos con dos preguntas inquietantes:
Mat 16:26 Porque ¿qué
aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma?
De estas dos
citas de los Evangelios: Colosenses 3 y Mateo 16, se desprenden dos
conclusiones obvias: a) Las cosas
terrenales o del mundo tienen una entidad o importancia inferior a las cosas
espirituales o celestiales.
b) El alma es el bien de mayor valor que posee
el ser humano pues trasciende los límites físicos de la existencia terrenal
para extenderse más allá de lo temporal hacia lo eterno.
Los últimos versículos de la parábola del rico necio, nos
muestra a un hombre exitoso en sus negocios que, apegado a los bienes de este
mundo, no supo hacer que su alma fuera rica para con Dios.
Luc 12:19 y diré a mi alma:
Alma, muchos bienes tienes guardados para muchos años; repósate, come, bebe,
regocíjate.
Luc 12:20 Pero Dios le dijo:
Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo que has provisto, ¿de quién
será?
Luc
12:21 Así es el que hace
para sí tesoro, y no es rico para con Dios.
Mateo 6:19-21 agrega, “no os hagáis
tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones
minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín
corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. Porque donde está vuestro
tesoro, allí estará también vuestro corazón”.
Como hemos
visto, no existe compañía de seguros que nos garantice poder disfrutar de los
bienes que hemos asegurado durante la cantidad
de años que nosotros elijamos disfrutarlos, (Lucas
12:19) porque el límite de tiempo no lo fijamos nosotros sino que lo fija
Dios.(Lucas 12:20). Además, de lo que hemos hecho con “nuestro “ tesoro se nos
pedirá la rendición de cuentas de cómo lo empleamos.
Más aún, para los creyentes se examinará cuánto del tesoro que Dios nos
asignó se ha utilizado para realizar las buenas obras:”
Efesios 2:10 Porque somos hechura suya, creados en Cristo
Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que
anduviésemos en ellas.”
Cuando nos despojamos de los éxitos, la fortuna y los placeres mundanos,
aún nos queda el bien más importante que tenemos para resguardar: EL ALMA.
El alma, mientras no la perdamos, será la que nos permitirá disfrutar de
los tesoros y maravillas celestiales que Dios tiene preparados para sus hijos.
Vale aclarar que cuando digo “mientras no la perdamos” me refiero a la
generalidad de las personas, pues para todo creyente, desde el mismo instante
del nuevo nacimiento (Juan 3:1-7) es
imposible perder la vida eterna de su
alma ya que se encuentra asegurada, resguardada protegida “Col 3:3 Porque
habéis muerto, y vuestra vida está
escondida con Cristo en Dios.”
Cristo es el único seguro para nuestras almas, Él es nuestra garantía
total y absoluta de que cuando hayamos perdido todos los bienes materiales (Job
1:21), aún en circunstancias de la inminencia de la muerte, tenemos la certeza
de que estamos protegidos contra todo mal; tenemos nuestra póliza de seguro sellada
por el Espíritu Santo (Efesios 1:13).
Nos dice Jack Fleming:
“Este sello divino nadie puede borrar, ni nosotros
mismos podríamos alterar el sello que Dios ha colocado en cada uno de los
salvados, por lo tanto nos acompañará siempre para garantizar nuestra
redención. Ef. 4:30 "con el cual fuisteis sellados para el día de la
redención". El Espíritu Santo es el garante de nuestra salvación eterna y
como tal, permanece con nosotros invariablemente, nadie puede separarse del
Espíritu que ha venido a morar y ha transformado nuestro cuerpo en Su templo
aquí en la tierra.”
Cada hijo de Dios tiene su póliza de seguro que le permite vivir en esta
vida terrenal sin temor alguno ante su perspectiva eterna. Pero, miremos a nuestro alrededor, ¿son todos salvos nuestros
compañeros, amigos, padres, hijos, hermanos etc.? ¿tienen todos ellos las
pólizas de seguro selladas por el E. Santo?.
Podríamos llamar egoísmo o inconsciencia
el dejar pasar por alto la seguridad eterna de nuestros seres más
queridos. ¿De qué nos sirve gozar de sus presencias durante los cortos años de
nuestras vidas terrenales si la inevitable ocurrencia de la muerte implica una
separación irreversible y eterna? ¿Qué esperanza, que consuelo vendrá a aliviar
el profundo dolor de nuestra alma desgarrada
por la separación de aquéllos que formaron parte de nuestras vidas. Si lo
quisiéramos comparar con la intensidad de un dolor físico lo asimilaríamos al
sufrimiento de alguien a quien se le arranca un miembro: una mano, un brazo,
una pierna etc. Aún sobreviviendo al dolor de tal mutilación, la persona ya no
vuelve a ser la misma; ha perdido algo que era parte de él, algo que ya no
podrá recuperar ni podrá disfrutar. Ni siquiera podemos recurrir al bálsamo de
la esperanza.
Le ruego al lector que me disculpe por haber empleado una metáfora tan
cruel y dolorosa, pero he visto y escuchado, en estos últimos tiempos, en mi país el llanto y el dolor de personas que
han perdido amigos, padres, madres,
hermanos, hijos, en accidentes, hechos de violencia y otras circunstancias
desafortunadas; es el dolor de lo irreparable, de lo perpetuo.
Entre
nosotros, los creyentes, no hay pérdidas irreparables y perpetuas. Cuando un
creyente deja este mundo, de inmediato va a la presencia del Señor:
2Corintios
5:8 pero confiamos, y más quisiéramos estar ausentes del cuerpo, y presentes al Señor.
Con referencia a este pasaje, W. Barclay comenta:
Ese era el sentir de Pablo. Veía la eternidad, no como una jubilación
para estar permanentemente inactivo, sino como la entrada en un cuerpo en el
que se pudiera realizar un servicio completo. Con todo su anhelo de la vida por venir, Pablo
no despreciaba la presente. Está, nos dice, entusiasmado. La razón es que, aun
aquí y ahora, poseemos el Espíritu Santo de Dios, Que es el arras, la fianza que nos asegura la
vida venidera. Pablo está convencido de que el cristiano ya puede disfrutar un
adelanto de la vida eterna. Al cristiano se le ha concedido la ciudadanía de
dos mundos; y en consecuencia, no desprecia este mundo, sino lo ve cubierto con
el lustre de gloria que es un reflejo de la mayor gloria por venir.
Pero el conflicto sobreviene cuando la muerte produce la separación
entre la gente del mundo, los no creyentes, ellos sufren por la pérdida
irreparable y, en muchos casos, el dolor los acompaña hasta el fin de sus días.
¡Pero más dolor y más espanto sufrirán al tomar conciencia del lugar dónde han
ido a parar!
El otro conflicto que produce una enorme tribulación en el corazón de un
creyente ocurre cuando la muerte lo separa de un ser amado no creyente. Ante
esta circunstancia, la tribulación, la congoja, el dolor es comparable al de la
cruel metáfora citada más arriba.
Pero esto lo podemos evitar: debemos asegurar a todas las personas que
forman nuestro entorno afectivo, comenzando por los más cercanos a nuestro
corazón.
Dios espera de nosotros que nos asumamos como los
más eficientes promotores del “seguro de la Gracia” porque
Efesios 2:8 Porque por gracia sois salvos por medio de la
fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios;
Efe 2:9 no por
obras, para que nadie se gloríe.
Romanos 10:8 Mas ¿qué dice? Cerca de ti está la palabra,
en tu boca y en tu corazón. Esta es la
palabra de fe que predicamos:
Rom 10:9 que si confesares con tu boca que Jesús es el
Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le
levantó de los muertos, serás salvo.
Rom 10:10 Porque con el
corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación.
Rom
10:11 Pues la Escritura dice: Todo aquel que en él
creyere, no será avergonzado.
Ésta es la póliza de seguro con la que debemos cubrir a los nuestros, a
todos aquellos que no queremos perder para siempre, aquellos para quienes
queremos tener la firme esperanza de que, aunque seamos separados en esta
existencia terrenal, volveremos a reencontrarnos cuando estemos presentes al
Señor.
Además, si nosotros y nuestros seres amados estamos asegurados en
Cristo, el Espíritu Santo: Juan 14:17-17 ; 14:26 que mora en nosotros nos consuela y
nos resarce de la pérdida con la esperanza de la vida eterna: Juan
3:16; 4:14; 5:24;
6:40; 6:47; Romanos 6:22-23
Cuando todos
estemos asegurados en Cristo, la paz del Señor viene a nosotros; ya a nada
debemos temer, ni a la misma muerte, pues tenemos en la Biblia nuestra más garantizada póliza de seguro; allí
leemos :
1Corintios 15:53 Porque es necesario que esto corruptible se
vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad.
1Co 15:54 Y cuando esto corruptible se haya vestido de
incorrupción, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad, entonces se
cumplirá la palabra que está escrita: Sorbida es la muerte en victoria.
1Co 15:55 ¿Dónde
está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?
1Co 15:56 ya que el aguijón de la muerte es el pecado,
y el poder del pecado, la ley.
1Co 15:57 Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de
nuestro Señor Jesucristo